Nuestra familia es extensa y estudiasta. Somos muchos hermanos, seis concretamente, y la mayoría acudimos a lecciones de solfeo y piano desde pequeños. Casi todos con excepción de Xavi, que se libró de lo que para el resto era lo más parecido a una tortura fruto del empeño de mi madre por iniciarnos en una pequeña carrera musical. Xavi fue distinto, y llegó su vocación musical por caminos alternativos que lo llevaron a una formación autodidacta, que más adelante regló con una sed inmensa de aprendizaje y altas dosis de sensibilidad. Nos gustó a todos como cantante de diferentes grupos, y nos encantaron sus primeros trabajos como compositor. Un día nos dejó atónitos cuando en el medio de una excursión compuso una «sardana» siguiendo ritmos subyacentes en la posición de las ramas de los árboles del campo. Pero la gran sorpresa llegó el día en el que nos comunicó que abandonaba su puesto de trabajo en el banco para dedicarse por completo a la composición. En adelante, su trabajo sería poner música a las imágenes. Pero todos sabíamos que él ya había conseguido mucho más que eso. Y ya lograra levantar partituras baseadas en sensaciones, atmósferas, y proyectos muy personales. Poesía para los oídos y oídos para las emociones del alma.